Historia de la UNMSM

Tradición: autónoma y plural

La creación de la universidad está inscrita en una real provisión emitida en Valladolid el 12 de mayo de 1551, por la reina Juana I de Castilla y su hijo, el emperador Carlos V, el soberano más poderoso en el mundo occidental del siglo XVI.

Los monarcas accedieron a la petición hecha por fray Tomás de San Martín y Jerónimo de Aliaga, a nombre de los vecinos del cabildo de Lima. Ellos anhelaban un Estudio General para preparar a los nacidos en estas tierras en las tareas del buen gobierno. Tomás de San Martín, fraile de la orden de los dominicos y defensor de los indígenas ante el abuso de los conquistadores, recogió el espíritu humanitario que el padre Bartolomé de las Casas trató de impregnarle a la colonización del Nuevo Mundo.

En sus inicios, la universidad estuvo influenciada por aquel espíritu, pues funcionó en el claustro dominico. En 1571, el papa San Pío V emitió la bula Exponi Nobis que le concedió la categoría de “universidad pontificia”. De esta forma, los grados y títulos obtenidos en esta casa fueron reconocidos en todo el territorio cristiano, y sus cátedras adquirieron el mismo estatus que las enseñadas en otras afamadas universidades, como las de Salamanca, Bolonia y París. Ese mismo año, el virrey Francisco de Toledo arrancó la universidad del control de los dominicos para entregársela a los laicos.

En 1574, adoptó el nombre de San Marcos y un nuevo escudo en el que figuran el evangelista con el león sentado a sus pies; las columnas de Hércules —símbolo del emperador Carlos V—; y las coronas de los tres reyes magos y la fruta lima, que representaban a la ciudad. Estos cambios no desterraron el espíritu indigenista y humanitario de la universidad dominica, pues, en 1579, se estableció la cátedra de quechua, crucial para las tareas de evangelización, gobierno y registro de las manifestaciones de la cultura indígena.

A lo largo de la etapa virreinal, los sanmarquinos mantuvieron a raya cualquier arremetida del virrey y los obispos de la iglesia contra la autonomía de la universidad. Aunque no siempre tuvieron éxito, jamás claudicaron de proteger esta independencia para decidir por sí mismos la trayectoria institucional y académica del claustro. Del mismo modo, los sanmarquinos aceptaron la pluralidad de voces, como un componente de su tradición. Esta se materializó en las cátedras que las distintas órdenes religiosas tenían en la universidad.

Misión: consolidar la república y alcanzar el progreso del país

Esa misma pluralidad sanmarquina trajo consigo, en las postrimerías del siglo XVIII, a pensadores como José Baquíjano y Carrillo, quien denunció las malas prácticas e injusticias en las que incurrían las autoridades coloniales. Luego, entrando al siglo XIX, se oyeron voces aún más desafiantes, entre ellas la del médico y matemático José Gregorio Paredes (exrector de la universidad), quien manifestaba que era necesario romper con el dominio español para cimentar las bases de la patria peruana.

Al igual que Paredes, otros sanmarquinos, como Hipólito Unanue, levantaron las banderas independentistas y convirtieron a San Marcos en uno de los espacios donde se forjó la república. Las guerras por la independencia y la tensa edificación del régimen republicano sumieron en una terrible crisis a muchas instituciones. La universidad no fue la excepción. No obstante, a mediados del siglo XIX, San Marcos se levantó remozada por el impulso de un ambicioso proyecto de modernización de su estructura y sus cátedras.

Liberales, como José Gregorio Paz Soldán, José Simeón Tejeda y Pedro Gálvez Egúsquiza, promovieron, desde las entrañas del régimen de Ramón Castilla, profundas reformas en la universidad, para convertirla en una pieza fundamental de la propia modernización del Estado republicano. Entre 1856 y 1864, se establecieron las modernas facultades de Medicina, Letras, Derecho y Ciencias Naturales.

Posteriormente, se sumó en 1875 la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas. Los liberales decimonónicos edificaron una universidad que sirvió para consolidar la república y las prácticas democráticas; arrinconar a los caudillos militares, sus ejércitos y sus fusiles; e imponer en su reemplazo el lenguaje de la razón. Fue en esta época que el discurso racionalista y cientificista se enraizó en la universidad, para ser puesto al servicio de la formación de médicos, humanistas, jurisconsultos y funcionarios.

La excelencia académica no tardó en llegar. Los egresados más brillantes pasaron a formar parte del equipo de docentes sanmarquinos. Además, se invitaron a destacados profesores, como el italiano Antonio Raimondi, para dirigir la Facultad de Ciencias Naturales, y el francés Paul Pradier-Fodéré, a quien se le encargó organizar la Facultad de Ciencias Políticas y Administrativas.

La guerra contra Chile quebró de manera abrupta esta marcha. Sin embargo, como sucedió después de las luchas por la independencia, los sanmarquinos iniciaron la reconstrucción de su alma máter. La derrota sirvió de acicate para que se iniciaran profundas reflexiones para identificar los males que minaron el progreso y la unidad del país.

En el tránsito al siglo XX, brillantes intelectuales sanmarquinos, como Javier Prado y Ugarteche, Manuel Vicente Villarán, José de la Riva-Agüero, Francisco García Calderón y Víctor Andrés Belaunde, ensayaron las primeras visiones modernas de la sociedad peruana, en las cuales afirmaban que el progreso y la convivencia democrática se alcanzarían a través de la educación y la reivindicación de la población indígena sumida en la miseria.

Excelencia: democratizar el acceso y la calidad

La democratización de la propia universidad también fue puesta en debate. Un hito en este largo proceso fue la matrícula de Margarita Práxedes Muñoz, en la década de 1880, quien fue la primera mujer que estudió en San Marcos. A esta le siguieron luego otras, como Laura Rodríguez Dulanto, la primera mujer en juramentar como médico en 1900, y Elvira Rodríguez Lorente, que se incorporó al debate sobre la importancia de la educación y la reivindicación de los indígenas a comienzos del siglo XX.

Esta primera ola democratizadora tomó otro tinte en 1919, cuando la generación del centenario, liderada por Raúl Porras Barrenechea, Jorge Basadre y Jorge Guillermo Leguía, exigió que los estudiantes tuvieran representantes en el gobierno de la universidad. Esta generación, caracterizada por su activismo político, desarrolló una prolífica obra intelectual, donde la curiosidad y la preocupación por el rumbo del país iban de la mano con la seriedad y la disciplina que exigían las investigaciones de calidad. Jorge Basadre, incorporado a la docencia universitaria antes de cumplir los 30 años, representa bien este perfil de los sanmarquinos de esta etapa, en quienes la excelencia académica, la investigación calificada y el compromiso con la sociedad se amalgamaron. Esos mismos rasgos marcaron la trayectoria de otros sanmarquinos, como el novelista Mario Vargas Llosa. En tanto, en el terreno más práctico, la universidad dotó al Estado y a la sociedad de miles de profesionales de alta calificación. Muchos condujeron los modernos ministerios que surgieron a lo largo del siglo XX, entre ellos, Guillermo Almenara y Edgardo Rebagliati en la cartera de Salud; y Jorge Basadre y Carlos Cueto Fernadini en la de Educación. En dichos cargos, estos intelectuales no solo evidenciaron su calidad académica, sino también su voluntad para alcanzar el bienestar de todos los peruanos, tal como San Marcos lo ofrecía en sus aulas.

En la segunda mitad del siglo XX, el mayor reto para la universidad fue mantener su excelencia académica frente a la expansión de la matrícula. Los cambios de la sociedad peruana sacudieron a la universidad. De acuerdo al censo universitario de 1957, los estudiantes venían de casi todas las provincias del país y pertenecían a todos los estratos sociales. Esta condición se consolidó en las siguientes décadas, aunque con un claro predominio de los sectores populares. En tanto, la proporción de hombres y mujeres se fue equilibrando conforme llegaba el fin de siglo. El acceso a la universidad se democratizó, lo que promovió la pluralidad de voces políticas e ideológicas que emergieron en su interior.

Como en otras ocasiones, los sanmarquinos se sobrepusieron a la oscuridad que envolvió al país en las décadas de 1980 y 1990, por lo que, con el nuevo siglo, se comenzó a gestar otro periodo de florecimiento. La modernización de su infraestructura, la renovación de sus planes de estudio y de su plana docente han permitido reafirmar su prestigio. Ayudó en esto la apuesta por edificar una cultura de calidad. El reconocimiento del alto nivel de calificación de sus docentes investigadores y los importantes aportes de sus egresados en distintos ámbitos del Estado, la sociedad y la empresa están marcando el nuevo momento de la vida institucional de la primera universidad peruana, Decana de América.